La digitalización de la fotografía ha traído consigo la democratización, no sólo del instrumento y de la forma de tomar fotos, sino también de los procesos de tratamiento de la imagen. Ha permitido que lo que antes sólo estaba al alcance de quienes tenían la economía y el talento para usar un laboratorio de revelado esté al alcance de cualquiera; la posibilidad de tratar el negativo a posteriori para conseguir lo que realmente esperábamos de la foto cuando presionamos el disparador.
Quien se adentre en este mundo y esté
dispuesto a profundizar en él, a buscar un camino propio y a
experimentar con las alternativas que ofrece lo digital, tarde o
temprano acabará topándose con dos "guantazos" en forma de pregunta:
“¿Qué cámara tienes?” y
“¿Usas Photoshop”?
Cualquiera de estas dos cuestiones
puede presentarse en una infinidad de variantes: “debes tener una
cámara muy buena”, “cómo se nota que dominas el Photoshop”, etc,
etc, etc.
El problema radica en que quien formula
estas preguntas suele hacerlo con la intención, sana o no, de
degradar en cierto modo el mérito de tu trabajo. La democratización
de la fotografía ha provocado que cuando alguien ve una obra que
destaca sobre lo habitual, o mejor dicho, que destaca sobre lo que esa persona es
capaz de hacer con su cámara, automáticamente lo asocie a que
quien la ha realizado ha de tener un buen equipo o un uso magistral
de un programa de retoque cuando lo cierto es que, para cualquier fotógrafo que haya
invertido tiempo y dinero en este hobby, ambas cosas serán ciertas en
la mayoría de casos.
De esas dos cuestiones la más compleja es sin duda el uso de un software especializado para el tratamiento de
la imagen, a fin de cuentas hoy en día cualquiera puede comprarse
una cámara réflex por lo mismo que antes costaba una compacta de
las "normalillas", pero no todos tienen el tiempo o la paciencia para
aprender a usar un programa y después pasarse horas y horas delante
del ordenador buscando el mejor resultado.
Sí, detrás de una foto que nos gusta hay siempre, en mayor o menor medida, un proceso de tratamiento posterior al clic; y partiendo desde este punto voy a intentar desengranar este proceso para que
quien lo lea tenga una mejor comprensión de lo que pasa desde que el
fotógrafo presiona el obturador hasta que finalmente vemos la imagen en la pantalla del ordenador (o impresa, aunque la impresión es otro
mundo a parte).
Lo primero que
hemos de saber es qué ocurre en el momento en el que presionamos el
disparador, se abre el obturador y empieza a entrar luz al sensor de
la cámara. Cuando todo eso ocurre los fotodiodos que componen el
sensor emiten señales eléctricas que son recibidas por el
procesador de la cámara, el cual se encarga de codificar esas señales en
formato binario, esto es, unos y ceros. Estos unos y ceros son los
que componen un archivo primario y sin comprimir que en fotografía
digital llamamos RAW, se trata de un archivo sin formato real que
alberga toda la información captada por el sensor (colores, luz...)
e información contextual (modelo de cámara, hora, objetivo,
focal...) y sólo puede ser tratado a través de un software
específico, llamado “revelador RAW”, el Adobe Cámera Raw de
Photoshop es uno, existen otros, la mayoría suministrados por el propio fabricante de la cámara.
Lo segundo a
tener en cuenta es que existen dos tipos de postprocesado,
entendiendo por postprocesado lo que ocurre desde que se genera ese
archivo RAW sin compresión hasta que obtenemos el JPG final (o
cualquier otro formato genérico): El primero de ellos es el que se realiza dentro de la
propia cámara y el segundo, con intervención humana, el que se realiza en el PC.
En el primero de los casos el formato
RAW es tratado directamente por el software del equipo en función
de los parámetros que hayamos seleccionado en el menú de la cámara,
dentro de estos parámetros preestablecidos se incluyen las opciones
de blanco y negro, saturación, virados a sepia y demás efectos,
básicamente todos los estilos de imagen que se ofrezcan. Lo
que obtenemos a cambio es un archivo comprimido, el JPG, que se
guarda en la tarjeta de memoria y será reproducible por cualquier
ordenador o aparato multimedia del mercado pero que debido a esa
compresión prácticamente no nos permitirá ningún control sobre el resultado
final de la imagen sin que esta vea reducida drásticamente su
calidad.
Dicho con un ejemplo, si a la cámara
le pedimos que saque una foto en blanco y negro estaremos perdiendo
todos los datos de color que poseía la escena y que fueron captados
por el sensor. En el mejor de los casos sencillamente malgastaremos
el potencial que nos ofrece nuestra cámara, en el peor de los casos
nos arrepentiremos porque nos daremos cuenta de que la foto habría resultado mejor a color y
no habrá vuelta atrás.
En la segunda alternativa el RAW sin
comprimir es lo que se guarda en la tarjeta de memoria, el “problema”
de este tipo de archivos es que no son universales y por tanto no se
pueden “ver” ni modificar sin un programa específico que sepa
interpretarlos, la ventaja es que al no estar comprimidos tienen una
enorme cantidad de información en comparación con los JPG al estar
codificados en 12 o 14 bits y no en 8. Esta cantidad de datos extra
nos permitirá, por una parte, poder salvar algún que otro error de exposición (dentro de los límites del sensor) que pudiéramos haber cometido a la hora de realizar la
toma, y por otra, conseguir la fotografía que realmente queríamos, dado que podremos trabajar con ese negativo digital y ser nosotros y
no la cámara quienes decidamos qué sacar de él. El RAW permite hacer todo esto sin pérdida de calidad, ya que nos ofrece la posibilidad de sacar varias "versiones" de una misma toma sin alterar en ningún momento el archivo primario, que es él mismo, al igual que en analógico las mejores ampliaciones se hacían a partir del negativo, no de una copia.
La similitud con la fotografía
analógica es muy fácil de ver, el negativo analógico no era la
foto en sí sino la mera impresión que había dejado la luz
sobre un material fotosensible; sin vida, sin color e indescifrable
para el ojo humano, sólo tras haber sido trabajada durante una hora
por una máquina o durante días por un profesional con el material
adecuado se presentaba ante nosotros como lo que estaba destinado a
ser: una fotografía. Pues en digital sucede lo mismo, el negativo
digital, por sí solo, no es más que un puñado de unos y ceros,
pero tratado con el software adecuado puede convertirse en una imagen
fantástica.
La diferencia entre dejar que la cámara
sea la que trabaje ese archivo y el hacerlo nosotros mismos es como
la diferencia que existía entre llevar nuestro carrete a una tienda
de revelado en una hora o hacerlo en un laboratorio valorado en miles
de euros, por supuesto que las fotos reveladas en una hora salían
estupendas, pero también sabemos que las posibilidades creativas que
nos habría dado un cuarto oscuro y los conocimientos adecuados son
infinitas.
"Si tenemos en cuenta la diferencia entre ver a través del ojo humano y ver a través de un objetivo resulta obvio que quien únicamente se dedique a apuntar con su cámara y disparar esperando obtener una foto atractiva seguramente se lleve más de una decepción"
Andreas Feininger
Con todo esto sobre la mesa cabe
hacerse la siguiente pregunta ¿Qué es lo que esperamos de una
fotografía?
En mi caso lo tengo claro, quiero que
las fotos me hagan sentir. El arte no es el fin de la fotografía,
sino el medio a través del cuál una fotografía es capaz de evocarle sentimientos a quien la observa.
Una
imagen que no tiene la capacidad de hacer sentir es una postal, un
souvenir, del mismo modo que una sucesión de
sonidos no tiene por qué ser música.
Como cualquier forma de expresión
artística, la fotografía cuenta con ciertos límites que es
necesario dominar para conseguir lo que queremos. Por un lado están
los límites con los que inevitablemente nos topamos al intentar
plasmar en un formato estático y bidimensional una escena
tridimensional en constante cambio. Por otro lado están los límites
ópticos y tecnológicos que, sencillamente, hacen imposible que una
cámara pueda captar una escena con la misma precisión que el ojo
humano. Es necesario tener siempre presente que unos límites se
controlan conociendo y sabiendo manejar el equipo y otros sabiendo
trabajar el negativo, y que todo conocimiento sirve de poco sin el
famoso ojo del fotógrafo.
(Esto nos lleva a
una paradoja que ha sido discutida a lo largo y a lo ancho de todo el
mundo: Efectivamente puede haber grandes “tomadores de fotografía”
que no sean grandes “tratadores de imágenes” y viceversa, de
hecho, a nivel profesional, en muchas ocasiones son dos personas
diferentes las que realizan estos trabajos.)
Además de tener la capacidad de "ver" buenas escenas, el artista debe conocer y
utilizar los límites en su propio beneficio, estos límites forman
parte de sus herramientas, algunas veces le resultarán útiles, otras veces no le harán falta y otras tantas serán un lastre, pero llegar o no al corazón y la mente de quien
vaya a observar su obra dependerá del uso que haga de estas herramientas.
“La fotografía es
una forma de mirar, no la mirada en sí misma”
Susan Sontag.
La
“manipulación” de la imagen comienza en el momento en que quien
se encuentra detrás de la cámara encuadra y decide qué vas a ver y
qué no, a partir de ahí, desde la elección de los parámetros de
la toma hasta el tratamiento de la imagen, todo forma parte del
“proceso artístico”. A través de este proceso es como el
fotógrafo intenta expresar su forma particular de ver el mundo.
En
ocasiones se juzga negativamente una obra por puro desconocimiento de
la materia, porque no se sabe lo que realmente hay detrás de una
foto y que encuadrar y disparar suele ser sólo la mitad del trabajo.
Pero después de todo, conociendo y comprendiendo todos los detalles,
será del criterio de quien observa el decidir qué es arte y qué no
lo es.
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