domingo, 8 de enero de 2012

El arte es un medio, no un fin


Ongoing clouds


La digitalización de la fotografía ha traído consigo la democratización, no sólo del instrumento y de la forma de tomar fotos, sino también de los procesos de tratamiento de la imagen. Ha permitido que lo que antes sólo estaba al alcance de quienes tenían la economía y el talento para usar un laboratorio de revelado esté al alcance de cualquiera; la posibilidad de tratar el negativo a posteriori para conseguir lo que realmente esperábamos de la foto cuando presionamos el disparador.

Quien se adentre en este mundo y esté dispuesto a profundizar en él, a buscar un camino propio y a experimentar con las alternativas que ofrece lo digital, tarde o temprano acabará topándose con dos "guantazos" en forma de pregunta:

“¿Qué cámara tienes?” y “¿Usas Photoshop”?

Cualquiera de estas dos cuestiones puede presentarse en una infinidad de variantes: “debes tener una cámara muy buena”, “cómo se nota que dominas el Photoshop”, etc, etc, etc.

El problema radica en que quien formula estas preguntas suele hacerlo con la intención, sana o no, de degradar en cierto modo el mérito de tu trabajo. La democratización de la fotografía ha provocado que cuando alguien ve una obra que destaca sobre lo habitual, o mejor dicho, que destaca sobre lo que esa persona es capaz de hacer con su cámara, automáticamente lo asocie a que quien la ha realizado ha de tener un buen equipo o un uso magistral de un programa de retoque cuando lo cierto es que, para cualquier fotógrafo que haya invertido tiempo y dinero en este hobby, ambas cosas serán ciertas en la mayoría de casos.

De esas dos cuestiones la más compleja es sin duda el uso de un software especializado para el tratamiento de la imagen, a fin de cuentas hoy en día cualquiera puede comprarse una cámara réflex por lo mismo que antes costaba una compacta de las "normalillas", pero no todos tienen el tiempo o la paciencia para aprender a usar un programa y después pasarse horas y horas delante del ordenador buscando el mejor resultado.

Sí, detrás de una foto que nos gusta hay siempre, en mayor o menor medida, un proceso de tratamiento posterior al clic; y partiendo desde este punto voy a intentar desengranar este proceso para que quien lo lea tenga una mejor comprensión de lo que pasa desde que el fotógrafo presiona el obturador hasta que finalmente vemos la imagen en la pantalla del ordenador (o impresa, aunque la impresión es otro mundo a parte).

Días de playa - Beach days

Lo primero que hemos de saber es qué ocurre en el momento en el que presionamos el disparador, se abre el obturador y empieza a entrar luz al sensor de la cámara. Cuando todo eso ocurre los fotodiodos que componen el sensor emiten señales eléctricas que son recibidas por el procesador de la cámara, el cual se encarga de codificar esas señales en formato binario, esto es, unos y ceros. Estos unos y ceros son los que componen un archivo primario y sin comprimir que en fotografía digital llamamos RAW, se trata de un archivo sin formato real que alberga toda la información captada por el sensor (colores, luz...) e información contextual (modelo de cámara, hora, objetivo, focal...) y sólo puede ser tratado a través de un software específico, llamado “revelador RAW”, el Adobe Cámera Raw de Photoshop es uno, existen otros, la mayoría suministrados por el propio fabricante de la cámara.

Lo segundo a tener en cuenta es que existen dos tipos de postprocesado, entendiendo por postprocesado lo que ocurre desde que se genera ese archivo RAW sin compresión hasta que obtenemos el JPG final (o cualquier otro formato genérico): El primero de ellos es el que se realiza dentro de la propia cámara y el segundo, con intervención humana, el que se realiza en el PC.

En el primero de los casos el formato RAW es tratado directamente por el software del equipo en función de los parámetros que hayamos seleccionado en el menú de la cámara, dentro de estos parámetros preestablecidos se incluyen las opciones de blanco y negro, saturación, virados a sepia y demás efectos, básicamente todos los estilos de imagen que se ofrezcan. Lo que obtenemos a cambio es un archivo comprimido, el JPG, que se guarda en la tarjeta de memoria y será reproducible por cualquier ordenador o aparato multimedia del mercado pero que debido a esa compresión prácticamente no nos permitirá ningún control sobre el resultado final de la imagen sin que esta vea reducida drásticamente su calidad.

Dicho con un ejemplo, si a la cámara le pedimos que saque una foto en blanco y negro estaremos perdiendo todos los datos de color que poseía la escena y que fueron captados por el sensor. En el mejor de los casos sencillamente malgastaremos el potencial que nos ofrece nuestra cámara, en el peor de los casos nos arrepentiremos porque nos daremos cuenta de que la foto habría resultado mejor a color y no habrá vuelta atrás.

En la segunda alternativa el RAW sin comprimir es lo que se guarda en la tarjeta de memoria, el “problema” de este tipo de archivos es que no son universales y por tanto no se pueden “ver” ni modificar sin un programa específico que sepa interpretarlos, la ventaja es que al no estar comprimidos tienen una enorme cantidad de información en comparación con los JPG al estar codificados en 12 o 14 bits y no en 8. Esta cantidad de datos extra nos permitirá, por una parte, poder salvar algún que otro error de exposición (dentro de los límites del sensor) que pudiéramos haber cometido a la hora de realizar la toma, y por otra, conseguir la fotografía que realmente queríamos, dado que podremos trabajar con ese negativo digital y ser nosotros y no la cámara quienes decidamos qué sacar de él. El RAW permite hacer todo esto sin pérdida de calidad, ya que nos ofrece la posibilidad de sacar varias "versiones" de una misma toma sin alterar en ningún momento el archivo primario, que es él mismo, al igual que en analógico las mejores ampliaciones se hacían a partir del negativo, no de una copia.

La similitud con la fotografía analógica es muy fácil de ver, el negativo analógico no era la foto en sí sino la mera impresión que había dejado la luz sobre un material fotosensible; sin vida, sin color e indescifrable para el ojo humano, sólo tras haber sido trabajada durante una hora por una máquina o durante días por un profesional con el material adecuado se presentaba ante nosotros como lo que estaba destinado a ser: una fotografía. Pues en digital sucede lo mismo, el negativo digital, por sí solo, no es más que un puñado de unos y ceros, pero tratado con el software adecuado puede convertirse en una imagen fantástica.

La diferencia entre dejar que la cámara sea la que trabaje ese archivo y el hacerlo nosotros mismos es como la diferencia que existía entre llevar nuestro carrete a una tienda de revelado en una hora o hacerlo en un laboratorio valorado en miles de euros, por supuesto que las fotos reveladas en una hora salían estupendas, pero también sabemos que las posibilidades creativas que nos habría dado un cuarto oscuro y los conocimientos adecuados son infinitas.


More footprints


"Si tenemos en cuenta la diferencia entre ver a través del ojo humano y ver a través de un objetivo resulta obvio que quien únicamente se dedique a apuntar con su cámara y disparar esperando obtener una foto atractiva seguramente se lleve más de una decepción"
Andreas Feininger


Con todo esto sobre la mesa cabe hacerse la siguiente pregunta ¿Qué es lo que esperamos de una fotografía?

En mi caso lo tengo claro, quiero que las fotos me hagan sentir. El arte no es el fin de la fotografía, sino el medio a través del cuál una fotografía es capaz de evocarle sentimientos a quien la observa.

Una imagen que no tiene la capacidad de hacer sentir es una postal, un souvenir, del mismo modo que una sucesión de sonidos no tiene por qué ser música.

Como cualquier forma de expresión artística, la fotografía cuenta con ciertos límites que es necesario dominar para conseguir lo que queremos. Por un lado están los límites con los que inevitablemente nos topamos al intentar plasmar en un formato estático y bidimensional una escena tridimensional en constante cambio. Por otro lado están los límites ópticos y tecnológicos que, sencillamente, hacen imposible que una cámara pueda captar una escena con la misma precisión que el ojo humano. Es necesario tener siempre presente que unos límites se controlan conociendo y sabiendo manejar el equipo y otros sabiendo trabajar el negativo, y que todo conocimiento sirve de poco sin el famoso ojo del fotógrafo.

(Esto nos lleva a una paradoja que ha sido discutida a lo largo y a lo ancho de todo el mundo: Efectivamente puede haber grandes “tomadores de fotografía” que no sean grandes “tratadores de imágenes” y viceversa, de hecho, a nivel profesional, en muchas ocasiones son dos personas diferentes las que realizan estos trabajos.)


Infinita -1


Además de tener la capacidad de "ver" buenas escenas, el artista debe conocer y utilizar los límites en su propio beneficio, estos límites forman parte de sus herramientas, algunas veces le resultarán útiles, otras veces no le harán falta y otras tantas serán un lastre, pero llegar o no al corazón y la mente de quien vaya a observar su obra dependerá del uso que haga de estas herramientas. 


La fotografía es una forma de mirar, no la mirada en sí misma”
Susan Sontag.


La “manipulación” de la imagen comienza en el momento en que quien se encuentra detrás de la cámara encuadra y decide qué vas a ver y qué no, a partir de ahí, desde la elección de los parámetros de la toma hasta el tratamiento de la imagen, todo forma parte del “proceso artístico”. A través de este proceso es como el fotógrafo intenta expresar su forma particular de ver el mundo.

En ocasiones se juzga negativamente una obra por puro desconocimiento de la materia, porque no se sabe lo que realmente hay detrás de una foto y que encuadrar y disparar suele ser sólo la mitad del trabajo. Pero después de todo, conociendo y comprendiendo todos los detalles, será del criterio de quien observa el decidir qué es arte y qué no lo es.

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