martes, 28 de septiembre de 2010

Noches en vela halógena

Recuerdo cuando creía que la escritura iba a ser una afición eterna y que regaría centenares de libretas con aspersores de tinta e ideas a medio mascar.




Siempre guardaba en la mesilla alguna libreta absurdamente titulada para tener a mano una cuadrícula en la que albergar de foma temporal las ocurrencias de medianoche, junto al bolígrafo más cómodo de la semana...funcionaba, pero no podía durar.




Las plumas cada vez duraban más y lo digital succionaba la esencia del desahogo...a fin de cuentas éso era escribir para mí, un falso talento alimentado por la necesidad de que el sufrimiendo adolescente sirviese para algo, el teclado simplemente le restaba sentido a transcribir mi propia caligrafía y a su vez le restaba sentido a transcribir mis propios sentimientos. Las teclas son arenas movedizas para las palabras, demasiado fácil caer en ellas y muy dificil sacar algo vivo de dentro.




Luego vino la felicidad y los coletazos de deseos abandonados, de llorarle a un mundo que empezaba a girar cada vez más rápido. En cualquier caso era un imposible, en la madurez el dolor es caduco y desgasta la originalidad...yo, un corrector ortográfico que no leía más de medio libro al año, me hallaba enmascarando tópicos con la sutileza de quien se preocupa por no resultar ridículo en lo que hace. Así, aprovechando que la gravedad aún me mantenía con los pies en el suelo, cambié la sangre de las paredes por amplias bocanadas de aire, los caminos que conducían a una Roma ardiendo por atajos a través de la indiferencia, las disculpas por egolatría meditada, la modestia por autocrítica, las libretas por racionalizaciones, las palabras por hechos, y el bolígrafo por el espejo.

¿Lo que escribí? Por ahí anda, duplicado en pendrives que no uso e impreso en carpetas que he perdido, eso sí, seguirá grabado a fuego en caras, lugares y nombres que seguramente ya no me recuerden.

Galería: Tresemes en flickr

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